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Tres décadas después: justicia incompleta y memoria persistente en Río Tercero

El 3 de noviembre de 1995 marcó un antes y un después para Río Tercero y para la historia reciente de la Argentina: dos detonaciones en la Fábrica Militar arrasaron barrios enteros, dejaron siete muertos, más de 300 heridos y una ciudad que tardaría décadas en reconstruirse y en encontrar respuestas sobre lo ocurrido. Tres décadas después, la conmemoración interpela sobre la verdad judicial alcanzada, las heridas abiertas en la comunidad y las respuestas del Estado en términos de reparación e indemnizaciones.

Actualidad03/11/2025 REDACCIÓN
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Esa mañana, la secuencia de explosiones provocó una onda destructiva que derribó viviendas, comercios y la vida cotidiana de miles de vecinos. Las imágenes de entonces —escombros, vidrios rotos, nubes de humo— permanecen en la memoria colectiva como emblema de una catástrofe que, en un primer momento, fue presentada como accidente y que luego fue reinterpretada por peritajes y causas judiciales como un hecho intencional ligado al ocultamiento de irregularidades en el manejo de armamentos. La magnitud del daño no sólo fue física: estudios posteriores documentaron efectos sostenidos en la salud mental de la población, con altos índices de estrés postraumático y una afectación demográfica que incluye migración y envejecimiento poblacional en la ciudad.

Con el correr de los años la investigación judicial fue acumulando pericias que señalaron la intencionalidad de las explosiones. En 2014, un tribunal condenó a mandos medios de Fabricaciones Militares por estrago doloso seguido de muerte, sosteniendo que las detonaciones se realizaron, entre otras razones, para eliminar pruebas sobre el tráfico ilegal de armas hacia Ecuador y Croacia en la década de 1990. No obstante, la búsqueda de responsabilidades políticas y de las máximas autoridades vinculadas a aquel esquema encontró límites: la causa que apuntó a la responsabilidad del entonces presidente fue archivada, con la sensación de impunidad que esto generó entre víctimas y familiares. La complejidad de los procesos —pericias técnicas, contables y la multiplicidad de expedientes— demoró la plena concreción de sanciones y mecanismos de reparación. A la par, el tramo penal que logró condenas mostró la dificultad de trazar líneas claras entre decisiones institucionales y acciones ejecutadas por mandos intermedios, un factor que alimentó el reclamo de verdad plena por parte de las organizaciones de víctimas y de la sociedad local.

Cada 3 de noviembre Río Tercero detiene su ritmo para recordar a las víctimas. Actos en plazas, sirenas que evocan la tragedia y nombres que no se olvidan son parte de una liturgia cívica que busca sostener la memoria y reivindicar el derecho a la verdad. Las organizaciones de familiares y sociedad civil han jugado un papel central en mantener viva la demanda por esclarecimiento y memoria, construyendo un relato que vincula la tragedia con prácticas de impunidad y corrupción de los años noventa. Además de los actos institucionales y vecinales, la conmemoración puso en el centro discusiones sobre políticas públicas de prevención y control de actividades militares e industriales en zonas urbanas, así como la necesidad de acompañamiento psicosocial y programas de salud pública orientados a las secuelas a largo plazo en la población afectada.

La reparación integral ha sido un reclamo constante. Si bien el Estado fue reconocido responsable en diversos fallos y se sancionaron normas para indemnizar a las víctimas, la implementación práctica mostró debilidades: expedientes numerosos, pagos parciales y largas postergaciones. Según informes periodísticos recientes, de un universo de cerca de 8.000 presentaciones hubo un número mucho más reducido de personas efectivamente indemnizadas, y los montos y la modalidad de pago generaron controversias y percepciones de trato insuficiente. En los últimos años hubo avances administrativos: el Estado nacional comenzó a ordenar expedientes y a ejecutar pagos, aunque con alcance limitado respecto de la totalidad de reclamos. Las indemnizaciones que se pusieron en marcha lo hicieron mediante bonos o resoluciones que no siempre coincidieron con las expectativas de las familias afectadas, lo que reaviva la demanda por una reparación que contemple no sólo lo económico, sino también la asistencia sanitaria, psicológica y comunitaria que la tragedia exige a tres décadas de distancia.

La literatura académica y los estudios epidemiológicos realizados en la región trazan un panorama de secuelas que trascienden la pérdida material. Investigaciones universitarias documentaron niveles altos de sintomatología psicológica en la población afectada, con persistencia de un cuarto de la población con secuelas relevantes años después del siniestro. Estos resultados subrayan la necesidad de políticas integrales que articulen salud mental, reconstrucción urbana y programas de revitalización social para reparar el tejido comunitario erosionado por el episodio.
La reconstrucción física de barrios y comercios se complementa con la tarea más difícil: la reparación simbólica y la restitución de un sentimiento de seguridad y pertenencia que permita a las generaciones actuales mirar el futuro sin la sombra constante del trauma colectivo.

Treinta años después, Río Tercero sigue siendo un caso testigo sobre cómo el Estado, la Justicia y la sociedad abordan una tragedia que combinó daño humano, decisiones institucionales oscuras y consecuencias duraderas. La condena a responsables materiales fue un paso significativo en la búsqueda de verdad; sin embargo, los límites en la imputación política y las demoras en las reparaciones muestran que la heurística de la justicia no alcanzó a resolver todas las demandas de las víctimas. La conmemoración anual es un recordatorio de que la memoria activa y la exigencia de reparación integral —económica, sanitaria y simbólica— siguen vigentes como parte de la deuda colectiva con quienes sufrieron aquel atentado que cambió la vida de una ciudad entera. Si la sociedad argentina pretende que sucesos como este no se repitan, la lección de Río Tercero combina tres exigencias: verdad completa, justicia sin vacíos y reparaciones efectivas que permitan a las víctimas y a la comunidad reconstruir no sólo sus casas, sino también su futuro.

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